miércoles, 8 de abril de 2009

FALLECE EL CANTAOR GADITANO CHANO LOBATO


EL CANTAOR FLAMENCO CHANO LOBATO FALLECE EN SEVILLA. OBITUARIO

Memoria histórica

Silvia Calado, 6 de abril de 2009

Especial. Extracto del libro ‘Chano Lobato. Memorias de Cádiz’
Capítulo 1, ‘Ese Barrio de Santa María...’

Hace ahora un año que toreó en Nîmes. Lidió con sabiduría, con temple, con gracia... cortó dos orejas y rabo. Pero en vez de salir a hombros, salió del teatro con un caminar frágil y ancianísimo, apoyado en su guitarrista. Sólo entonces, en ese corto trayecto del proscenio a las bambalinas, tenía la edad que tenía, se sabía nacido en el poético año del 27.


Chano Lobato
(Foto Daniel Muñoz)
A Chano Lobato, el último cantaor, el escenario lo transformaba. Le daba la vida en estos últimos años de salud delicada, de lucha con una diabetes peleona a la que hacía tremendos recortes cada vez que salía a cantar. Y en la ciudad francesa la volvió a vencer. Se sentó en la silla, aspiró el cálido aplauso del público y perdió de golpe dos o tres décadas. El maestro se acordó de sus maestros, de Aurelio, de Ezpeleta, de Manolo Vargas, de la antigua chirigota. Cantó, y de qué manera, por soleá, por cantiñas, por tanguillos, por tientos-tangos. Y entre cante y cante, por supuesto, contó sus historias de arte.

Aquella noche, la histórica plaza de toros nimeña, la del anfiteatro romano, le hizo recordar sus intentos de ser torero para sacar adelante a la familia en los duros años de posguerra. La vaca lo revoleó de tal forma que perdió hasta los tacones de los zapatos. Así que mandó a las hermanas al comedor social. Pero eso contado por él, con esa sal suya, con esa manera de modular, con esa sonrisa franca, con esa chispa en la mirada. No sé si los franceses lo entendieron del todo. Ni falta. Y remató la faena por bulerías, de pie, sin micro y bailando. Había que refregarse con fuerza los ojos para confirmar que no se estaba soñando, ni viajando en la máquina del tiempo.


Chano Lobato
(Foto Daniel Muñoz)
A la mañana siguiente, la compañía de Rocío Molina y algún periodista acreditado volvimos con él en el vuelo de Ryanair Marsella-Madrid, después de un trayecto de hora larga en autocar, y antes de su taxi a Atocha y de su AVE a Sevilla. Tenía ochenta y pico años, recuerden. Y no pidió trato especial, ni ayuda alguna. Tampoco es que se la ofrecieran. Cosas del bajo coste... de las aerolíneas y de los festivales. Tan sólo para salir del avión, se cogió de mi brazo. “Sobrina, vamos despacito”. Y lo acompañé a su sabio ritmo por escaleras y pasillos hasta la recogida de equipaje, riéndome a cada paso con su inconmensurable gracia para contar la vida. “Chano, vamos a sacarlo en Internet”. “Uy, sobrina, ¿y no puede ser que eso no salga en Cádiz? Es que debo una jartá de dinero allí”.



El Domingo de Ramos de 2009, día grande de su adoptiva Sevilla, Chano Lobato se fue. Se llevó sus cantes, sus historias, sus fatigas, sus éxitos, su dignidad y una sabiduría que, hasta ahora, equilibraba los vaivenes actuales del cante flamenco. En esta primera década del segundo milenio, se despidieron Chocolate, Fernanda de Utrera, Sordera, La Paquera. Y ya sólo nos quedaba él. Cada actuación suya la debimos tomar como un regalo. La participación en el ‘Historias de arte’ con Juan Habichuela y Matilde Coral, las bulerías que Juan rescató para su disco ‘Una guitarra en Granada’, las tertulias con Matilde en Canal Sur, el homenaje ‘Yo soy del 27’ en el Maestranza, y cualquier aparición que hiciere en una peña de allí o en un festivalillo de allá. A partir de hoy, por desgracia y por obligación, nos toca hacer memoria.

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